Los sonidos de la ciudad son hilos de estambre que al ser azotados como flagelos en el aire hacen sangrar las ideas; gota a gota se deslizan por la garganta hasta que los coágulos se apoderan de la lengua. Cuando el azote es potente se puede escuchar desde lejos: es capaz de esquivar casas, de ascender cantiles e incluso de partir en dos un cerro. Así esos hilos se hacen cada vez más densos conforme al centro comienzan a acercarse. Es un enrredaderío dónde no se haya la punta ni el terminar del estambre dónde ya no se permite que ninguna voz más, hable, pero nuevas voces poderosas llegan a desplazar a las nativas habitantes. Así se hacen las fronteras caminantes; jamás se detienen a escuchar sus propios pasos ni todos los sollozos de la tierra moribunda que aún resiste bajo tantas capas de asfalto. El ruido de las máquinas termina haciendo un nudo en el silencio, permite solo que se escuche una voz una que promete: "ven, aquí tus manos tejedoras lograrán darte alimento; ven, aquí usando tus dos ganchos te entrelazarás al cielo" y cuando menos te das cuenta ya estás migrando en camino buscando mezclar tus buenos hilos y los malos, y los antiguos y los tejidos artesanalmente, con cuidado y detenimiento poniendo atención a la ausencia de sonidos Y los que fueron, no regresaron Y los que llegaron desde hace un tiempo y jamás pudieron dejar de pagar renta y los también incluso que sí se hicieron de algún patrimonio pero el alto costo de vida los desplazó a la perfieria y los que vienen a acá y los que tejen Y los que tejen hilos que tejen, haciendo la borla cada vez más grande ¿Y los qué menos hacen? ¿Y los que más prometen? Son los que más ordenan, los que mejor viven y los que aún siendo hilos, cómo cualquier otro, se llevan la plusvalía de lo que se teje, de lo que se teje de lo que se teje
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